martes, 19 de abril de 2022

Ariadna


 Las flechas van hacia abajo y son imperfectas.

Te agarras a sus bases, vas a toda velocidad.

Solo estás tú y las flechas.

Te apeas partiendo astillas y flotas.


Se te cierran los ojos con tantos sueños,

¿te mueves? Solo suspiras de vez en cuando,

una vuelta, una nueva postura. Inquieto.


Elegir, elegante y dispuesto, en la gran encrucijada. 

El acierto que te santificará.

¿Quién necesita decir sí?

¿Quién necesita saber algo más?


La duda, una parada cardiaca que lleva al enredo, 

la telaraña de cables de acero,

parece que se rompe de un soplido, pero cuidado,

bailas de cara a la galería, mientras luchas por salir de entre los barrotes.


El Imperio de las Opiniones.

Devoradoras, destructoras, monstruos que te hacen apartar la mirada,

utilizan el hilo de Ariadna para llevarte al Minotauro.

Pero ya no hay Minotauro. Los mortales tienen un nuevo capricho:


Solo son cajas vacías con miles de cepos a su alrededor.

sábado, 9 de abril de 2022

El león que me come las entrañas


 Has ido demasiado lejos.

Me has puesto en el centro, donde el león devora las entrañas.

No me lo esperaba. Así de repente, acción mecánica, como un reflejo. 


Te miro a los ojos, tras el jaque insípido de tu movimiento.

Sospecho. Tengo miedo. Cojo la espada de nuevo. 

No la agarro fuerte, pero por si acaso la llevo.


¿Las trampas forman parte de las reglas?

Sí; el asesinato forma parte de las reglas.

No me gustan estos juegos.


Los hay de todo tipo.

Quizás los más terribles sean esos que se hacen con casi ninguna intención,

como cuando apartas una mosca de tu cara.


Me haces sentir sola, el aforo lleno,

la gran expectación,

sin expectativa debido al cansancio y a la desilusión.


Tropiezo y me caigo. Me cuesta levantarme.

Lo hago de nuevo. Levantarme.

Las gradas gritan en una gran ovación.


Me falta adrenalina, eso me falta, me falta gana.

Camino arrastrando los pies, con los hombros hacia delante,

con la mirada en el suelo. Me pesa.


Camino hasta ti con gesto serio.

Estoy bajo tu ventana. Tiras la cuerda sin asomarte. ¿Para qué la cuerda ahora? 

Ya no es como antes, cuando cada subida era celebrada como un Acto Único.


Se me pasa por la cabeza meterla en ella y colgarme.

Demasiado ridículo, demasiado poco elegante.

La corto hasta donde llego. Se me caen los pantalones, tanto he adelgazado.


Me la ato de cabo a rabo a la cintura, para no tropezar con mis propias piernas.

Me marcho silbando algo en el camino.

Somos dos de nuevo: yo y mi sombra.